Sigilo

—Estoy más que harto de seguir a estos dos. Vale que la Señora me ha encargado este trabajo personalmente, pero estoy hasta el nardo de tener que seguir a estos. Lo único que hacen es ir de un lado a otro, parecen pollos sin cabeza. O es lo que parece. Desde que salieron de Visby, han cogido un ferry al continente y han enfilado carretera alante, parando aquí y allá, no me han dejado apenas descansar. Lo que no consigo comprender es como siguen utilizando ese coche si lo único que hace es ralentizarlos. Son unos herejes, teniendo los poderes que tienen y no utilizarlos. Son una panda de idiotas, bueno un dúo de idiotas. Además, no sé qué rollito se traen entre ellos: a veces parece que se llevan bien, otras veces mal, y la mayoría de las veces hay demasiada complicidad entre ellos. Seguramente a la señora le guste saberlo, pero todavía no es la hora de llamarla y sabemos que no le gusta ser molestada. Ya se pondrá en contacto con nosotros. Sí, no hace falta que me digas nada. La señora querrá saber las cosas cuanto antes, pero ahora que se han parado en ese bar de carretera es un buen momento para descansar. Ya informaremos más tarde —la rana me devuelve la mirada vacía y se perfectamente que le importa un carajo lo que le digo, pero o hablo con alguien o me muero de aburrimiento. Esta misión de vigilancia es un aburrimiento, solo acepté para que la Señora estuviera orgullosa de mí. Es perfecta, y voy a hacer cualquier cosa por ella. Sí, incluso algo tan estúpido como irme a vigilar solo a uno de los nuestros y una mestiza. Me deslizo por la ladera del monte que está en la parte trasera del bar, muy cutre por cierto, de carretera. Solo hay motos en frente del local, así que solo habrá señores con chalecos de cuero, muy grandes, con ganas de muchas cervezas y mucho lío.

—¡¿CÓMO?! ESTE TÍO ES GILIPOLLAS. NO. VUELVAS. A. TO-CAR-ME —y en un momento se escucha demasiado ruido. Algo está pasando y me cuelo en el almacén rápidamente. Ventajas que vienen con esto de la inmortalidad: rapidez y sigilo.

Cuando me asomo el espectáculo es dantesco: sillas volando, gente pegándose, botellas por los aires, sangre, violencia y en medio de todo eso la rubia con una mirada diferente a la que me tiene acostumbrado, incluso diría que tiene los ojos de distinto color. Tampoco lo puedo asegurar por que está repartiendo mamporros a diestro y siniestro. Erik se empeña en defenderla, tanto que no ve que una botella se dirige a su cabeza. BOOM. En toda la cabeza y brecha en la ceja. Suerte que a los de nuestra especie no nos quedan marca, pero va a tener durante una hora la brecha dando por saco. Por cierto, la rubia no necesita ninguna ayuda. Erik está haciendo el tonto. Eso ya lo hacía antes, pero ahora encima está trabajando para nada.

La chica parece que vuelve en si y se horroriza de lo que ve: cuerpos en el suelo, sangre… Una pena que no haya ningún muerto, incluso en ese modo locura transitoria la chica no ha generado ningún desastre, más allá de algún hueso roto y alguna cara desfigurada. Erik la arrastra hasta la puerta principal, dos mastodontes los siguen y van armados.

Otro viene derechito a mí. Por lo menos podré cenar caliente, espero que no sea un drogadicto: no me gusta la sangre adulterada, sabe amarga. Pero seamos sinceros, hoy no voy a hacer remilgos a nada, llevo dos días sin comer nada. El chico (¡qué bien es joven!) abre la puerta del almacén y la cierra inmediatamente, y se sienta allí en la oscuridad, sin saber que estoy yo. Pobre, no me ve venir y en un segundo lo desangro. Por suerte es inocente, me da que hoy iba a ser su iniciación y ya no va a volver a ver la luz del sol. Una pena. Bueno, a quién quiero engañar: no me da ninguna pena, lo estoy disfrutando muchísimo. Hacía tiempo que no comía tan bien, la verdadera pena es que no voy a poder deleitarme mucho, tengo que seguir a esos dos. Arranco la cabeza al chico y salgo por la misma puerta por la que entré, doblo una esquina y tiro la cabeza monte arriba, va a ser gracioso cuando la encuentren. Sigo por la pared del bar hasta la siguiente esquina, la que da a la puerta principal y veo que Erik está dejando sin sentido a los dos matones, que de poco les ha servido llevar un par de pistolas, mientras Sua enciende el coche. Sigo diciendo que es una estupidez llevar el coche, si fueran corriendo ya estarían a kilómetros de aquí, y como dicen por ahí: aquí paz y después gloria. Pero no, Erik termina subiendo al coche quitando a la chica del puesto del conductor y se van chirriando ruedas.

Estoy harto de seguir el coche. Me meto por el bosque y supero al vehículo, dejo preparada la carretera y me retiro a la ladera del lado izquierdo de la carretera, escondido entre los árboles esperando que empiece la función. BIMBA. Coche en la cuneta. Como siempre que hay un imprevisto, estos discuten. Oh, creo que me han descubierto, o por lo menos el clavo de la carretera. No sé que hacer si me descubren. El móvil, maravilloso que tenga que llamar ahora, súper oportuna la Señora.

—Tienes mi permiso para atacar —ni un hola, ni un qué tal va la búsqueda. No, directa al grano como siempre—. Pero no mates, solo que sepan que estamos detrás de ellos.

—Como ordene, mi Señora —y no hace falta más, cuelga y aquí me deja con ganas de oír más su voz. Tendré que conformarme con mutilar un poco, a la chica la dejaré coja y a él… A él pienso dejarle ciego. Por no saber cuidar como se merece a la Señora y abandonarla sin miramientos. Salgo a la carretera, ya no hay nada que perder —. ¿Os ayudo?

Y estas son mis últimas palabras, lo último que veo es la cara de gilipollas de Erik. Maldito hijo de perra.

FIN