Bosques Arapahoe

El viento corría entre los campos de cereales agitando sus tallos, los bisontes pastaban tranquilos al sol del atardecer agitando sus orejas espantando alguna que otra mosca mientras daban buena cuenta del pasto verde.

El verano estaba en todo su esplendor, el hombre blanco todavía no había llegado a esas tierras, pero pronto lo harían. Siempre llegaban.

Oían rumores de que eran despiadados y que no tenían respeto por la madre tierra y por ninguno de sus hijos.

Pero de momento la vida seguía y aunque tuvieran el yugo de la incertidumbre encima, los Arapahoe vivían con la tranquilidad de saberse un pueblo fuerte, guerrero y nómada. Cualquier tierra les valía con tal de que tuvieran alimento, el hombre blanco sería solo una cosa más a sumar a la lista de vivir.

— Hay que ir a por provisiones, ¡Hosa! — el líder de la tribu y padre de Hosa le llamó con solemnidad—  Ve al río a por pescado. Será una buena cena.

Los niños jugaban entre las tiendas, mientras las mujeres y hombres de la tribu terminaban los quehaceres del día: preparar aperos para la caza mayor, remendar ropajes, labores de vigilancia…

— Como ordene padre. Iré ahora mismo.

— Que te acompañe alguien, estas tierras todavía no son nuestras y no sabemos lo que nos podemos encontrar —Shappa miraba con orgullo a su hijo. Era el mayor de tres y un gran cazador. 17 primaveras y esperaba que pronto se desposase y creciera una nueva generación.

— Claro padre. Procuraré no volver muy tarde.

— Perfecto, pues ve. No te retengo más.

Hosa partió sin mirar atrás, cogió su arco, su carcaj, una pequeña hacha y una red. Los peces en esa zona a veces resultaban ser muy pequeños y la red venía de perlas.

Unos pasos sonaron a la espalda del muchacho cuando se disponía a entrar en el bosque.

— Siempre llegas tarde Elsu —el muchacho sonreía divertido—. Vamos, mi padre me ha pedido que vaya a pescar.

— A sus órdenes príncipe.

— Como odio que me llames eso —Hosa empezó a caminar bosque a dentro en busca del río. Hacía unos meses que habían llegado a esta zona de montes y grandes explanadas siguiendo a los bisontes, que eran su fuente de alimentación habitualmente. Pero los Arapahoes eran gente con gusto por la comida y no hacían ascos a nada que les brindara la naturaleza.

Llegaron al río y lo primero que hizo Elsu fue quitarse el arco, la aljaba y la ropa. La temperatura era estupenda y no iba a desperdiciar el rato libre pescando.

— No se te ocurra meterte al agua sin ni siquiera intentar o hacer que pescas algo —la voz de Hosa sonaba autoritaria.

— Ves como eres un príncipe. Diviértete un poco —y, haciendo caso omiso de la advertencia de su amigo, se metió poco a poco al agua. Por suerte para él, el río solo cubría hasta la cintura. Si hubieran ido allí el año pasado lo hubiese pasado mal ya que tardó en dar el estirón, pero ahora con una altura razonable no temía ahogarse en un río como aquel. Aun así, no era tan alto como Hosa, ni tan bravo, ni valiente. Mejor ser su amigo que él, ser hijo del jefe de la tribu era muy complicado, y Elsu no era de los que se complican.

Hosa lo imitó, pero él no iba a darse un baño. Primero pescar un poco y luego si hay tiempo y la pesca es buena ya vería si daba tiempo a relajarse un poco. No podía ser un irresponsable.

— ¿Pescas algo?

— Más que tu seguro —Hosa señaló donde iba dejando los peces, ya tenía para casi todas las personas que formaban el campamento y seguramente sobrase.

— Venga no te pongas así —Elsu se acercó a él— enséñame a pescar con la red. Los peces son tan pequeños que no acierto con las flechas, y no quiero que tu padre me eche la bronca por perder flechas.

— Te estaría bien empleado. Pero ven, es sencillo —Hosa se colocó detrás de su amigo y puso la red entre sus manos— piensa en la red como si fuera un cuenco de arcilla y tienes que recoger los peces. La suerte es que en este río hay muchos peces y es muy fácil pescar.

La luna se filtraba entre los árboles, el calor empezaba a atenuar ahora que la noche empezaba a hacerse fuerte.

Elsu se dio la vuelta y miró fijamente a Hosa.

— Creo que tenemos suficiente —el muchacho le quitó a su amigo la red de las manos y la tiró a la orilla.

— Elsu…No debemos.

— ¿Pero quieres?

— Eso no significa que debamos —las manos de Hosu se habían enredado en el pelo de Elsu y este se dejaba hacer disfrutando de las caricias.

— Déjate llevar un poco. Aquí no hay nadie. Solo estamos tú, yo, los peces y el bosque. Ven, te necesito cerca —Elsu cogió por la cintura al muchacho y lo acercó mucho más, apenas había espacio entre ellos y le besó con pasión.

Al principio Hosu le recibió con miedo, pero en un segundo todo su cuerpo se relajó y se dejó hacer. Lo que hacían no estaba bien a ojos de su pueblo, pero ¿cómo no iba a estar bien amar así?

Besos, caricias y amor bajo el abrigo de la luna y el manto de la noche.

— Mira que pescar no, pero tú me vuelves loco —Elsu, que se había puesto los pantalones, estaba besando el cuello de Hosa que estaba intentando hacer lo mismo.

— Pues más pescar y menos de esto —el hijo del jefe besó a su amante y se quedó helado.

— ¿Qué pasa? —Elsu se puso en guardia, sabía que Hosa solo se ponía así cuando había una presa cerca.

— He oído algo. Sígueme —recogieron sus cosas, se terminaron de vestir y se encaminaron a lo profundo del bosque.

Se escondieron detrás de unos matorrales y lo que vieron les perturbó bastante.

— Debemos avisar a tu padre y prepararnos —Elsu estaba muy nervioso, no parecía el muchacho desenfadado de antes.

Deshicieron el camino andado, recogieron la pesca y fueron en silencio hasta el asentamiento. La alegría se quedó en el río y solo quedaba el miedo por lo que habían visto en el bosque.